Área : CASTELLANO 5° AÑOS
Profesora: DELIA BERMÚDEZ
Año escolar : 2020-2021. 2do LAPSO.
FECHA DE ENTREGA 22 DE FEBRERO DE 2021
Lectura: La rosa para
Emily de William Faulkner
ACTIVIDAD:
1. Primero debes hacer la lectura, luego realiza un análisis colocando los
aspectos más significativos como ser humano ya que tiene diferentes puntos de vista,
recuerda que debes utilizar conectores , revisar la estructura de un análisis
además de respetar los aspectos formales de la escritura para la cohesión y
coherencia al momento de redactar.
2. Segundo realiza un caligrama con toda la lectura, no
debe quedar ningún párrafo fuera del dibujo que escojas para hacer el
caligrama.
LECTURA:
Una rosa para Emily William Faulkner I Cuando murió
la señorita Emily
Grierson, todo nuestro
pueblo asistió al
entierro, los hombres por una especie de afecto respetuoso
hacia un monumento caído, las mujeres sobre
todo por curiosidad
de ver su
casa por dentro,
que no había
visto nadie en
los últimos diez años excepto un
viejo criado – una combinación de jardinero y cocinero. Era una gran casa de
madera, más bien cuadrada, que en otro tiempo había sido blanca, decorada
con cúpulas y
capiteles y balcones
con volutas en
el pesado estilo
frívolo de los
años setenta, situada
en lo que
en otro tiempo
fue nuestra calle
más selecta. Pero
los garajes y
las desmotadoras de
algodón habían recubierto
y borrado incluso los nombres augustos de ese barrio; sólo quedaba la casa
de la señorita Emily, elevando su terca
decadencia coqueta por
encima de los
carros de algodón
y las bombas
de gasolina –
ofensa a los
ojos entre tantas
ofensas a los
ojos. Y ahora
la señorita Emily se había ido a
reunir con los representantes de esos augustos nombres que yacían
en el cementerio
adornado de cipreses
entre las alineadas
tumbas anónimas de los soldados
de la Unión y de la Confederación que cayeron en la batalla de Jefferson.
En vida,
la señorita Emily
había sido una
tradición, un deber,
un cuidado; una
especie de obligación hereditaria sobre el pueblo, que databa de aquel
día de 1894 en que el coronel
Sartoris, el alcalde
– el que
engendró el edicto
de que ninguna
negra debía aparecer
en la calle
sin delantal-, la
dispensó de impuestos,
datando esa dispensa
desde la muerte
de su padre
y a perpetuidad.
No es que
la señorita Emily
hubiera aceptado una
caridad. El coronel
Sartoris inventó un
enredado cuento en
el sentido de que el padre de la
señorita Emily había prestado al municipio un dinero que el municipio,
como cuestión de negocios, prefería
devolver así. Sólo
un hombre de
la generación y de la delicadeza
del coronel Sartoris podría haberlo inventado, y sólo una mujer se lo podía
haber creído. Cuando la siguiente
generación, con sus
ideas más modernas,
llegó a ser
los alcaldes y los concejales,
ese arreglo creó cierta insatisfacción. A principios de año le enviaron por
correo un aviso
de impuestos. Llegó
Febrero y no
había respuesta. Le
escribieron una carta
oficial, pidiéndole que
se presentara en
la oficina del
oficial de justicia cuando le fuera más cómodo. Una
semana después, el propio alcalde le escribió en persona, ofreciendo visitarla
o enviarle su coche, y recibió en respuesta una nota en papel de forma arcaica,
con una delgada caligrafía fluyente, en tienta descolorida, en el sentido de
que ella ya
no salía en absoluto. Adjuntaba
también el aviso
de impuestos, sin comentario.
Convocaron una reunión
especial del Consejo Municipal. Una diputación la fue a visitar, llamando a la
puerta por la que no había entrado ningún visitante desde que ella dejó de dar
lecciones de pintar porcelana hacía unos ocho o diez años. Les hizo entrar el viejo
negro al vestíbulo
en penumbra desde
el cual una
escalera subía hacia
más sombra aún.
Olí a polvo
y desuso: un
olor denso, malsano.
El negro les
hizo entrar al
salón, que tenía
un mobiliario pesado,
tapizado en cuero.
Cuando el negro
abrió los postigos de una ventana, vieron que el cuarto
estaba agrietado; y cuando se sentaron, un leve polvo se elevó perezosamente,
girando en lentas motas en el único rayo de sol. En un sucio caballete dorado
ante la chimenea se elevaba un retrato a lápiz del padre de la señorita Emily.
Se levantaron al
entrar ella; una
mujer pequeña y
gorda, de negro,
con una delgada
cadena de oro
bajándole hasta la
cintura y desapareciendo en
su cinturón, y
apoyada en un bastón de ébano con una estropeada cabeza de oro. Su
esqueleto era pequeño y reducido; quizá por eso lo que en otra hubiera sido
nada más que gordura, en ella era
obesidad. Parecía borrosa,
como un cuerpo
que lleva mucho
tiempo sumergido en
agua inmóvil, y
de ese mismo
color pálido. Sus
ojos, perdidos en
las grasientas ondulaciones
de la cara,
parecían dos trocitos
de carbón encajados
en un trozo
de masa, al
moverse de una
cara a otra
mientras los visitantes
exponían su recado. Ella
no les pidió
que se sentaran.
Se quedó simplemente
en la puerta
escuchando tranquilamente hasta
que el portavoz
tropezó y se
detuvo. Entonces oyeron el reloj invisible tictaqueando en el
extremo de la cadena de oro. Su voz era seca y fría: ---Yo no
tengo que pagar
impuestos en Jefferson.
El coronel Sartoris
me lo explicó.
Quizá uno de
ustedes pueda obtener
acceso a los
registros del municipio
para convencerse. ---Pero si
ya lo hemos
hecho. Nosotros somos
las autoridades municipales,
señorita Emily. ¿No recibió un
aviso del oficial de justicia, firmado por él? ---Recibí un papel, sí –dijo la
señorita Emily-. Quizá el mismo se considere el oficial de justicia... Yo no
tengo impuestos en Jefferson. ---Pero no hay nada en los libros que lo muestre,
vea. Tenemos que seguir la... ---Vean al coronel Sartoris. Yo no tengo
impuestos en Jefferson... ---Pero, señorita Emily... ---Vean al coronel
Sartoris. – (El coronel Sartoris había muerto hacía casi diez años) -. Yo no
tengo impuestos en
Jefferson. ¡Tobe! –
Apareció el negro
-. Acompaña a
estos caballeros a la
puerta.
II Así les venció,
en toda regla,
igual que había
vencido a sus
padres treinta años
antes con lo del olor.
Eso fue dos
años después de
la muerte de su padre
y poco tiempo
después de que
la abandonara su
novio - el
que creímos que
se casaría con
ella. Después de la muerte de su
padre salía muy poco; después que se marchó su novio la gente apenas
la vio. Unas
pocas señoras tuvieron
la temeridad de
llamar, pero no
fueron recibidas, y
la única señal
de vida en
el sitio era
el negro –
entonces joven –
entrando y saliendo con una cesta de la compra. - Como si un hombre,
ningún hombre, pudiera llevar decentemente una cocina - dijeron las señoras;
así que no
les extrañó cuando
se formó el
olor. Era otro
vínculo entre el
grosero mundo pululante, y los altos y poderosos Grierson. Una vecina se
quejó al alcalde, el juez Stevens, de ochenta años. ---Pero, ¿qué quiere que
haga yo con eso, señora? – dijo él. ---Pues mandarle recado de que lo pare –
dijo la mujer - ¿No hay una ley? ---Estoy seguro de que no hará falta – dijo el
juez Stevens. Probablemente es sólo una serpiente o una rata que ha matado ese
negro suyo en el jardín. Ya hablaré con él de eso. Al día
siguiente recibió dos
quejas más, una
de un hombre
que vino como
excusándose con temor. ---Realmente tenemos que hacer algo con eso,
señor juez. Yo sería el último del mundo en molestar a la señorita Emily, pero
tenemos que hacer algo. Esa noche se reunió el Consejo Municipal – tres barbas entrecanas y uno más joven, un
miembro de la generación ascendente. ---Es
muy sencillo -dijo
éste. Mándele un
recado de que
limpie su sitio.
Denle cierto tiempo para hacerlo o si no... ---Caramba
señor mío - dijo el juez Stevens-,
¿va usted a acusar a una señora de que
le huele mal la cara? Así que la
noche siguiente, cuatro
hombres cruzaron el
césped de la
señorita Emily y
se deslizaron alrededor
de la casa
como ladrones, olfateando
a lo largo
de la base
de las paredes
de ladrillos y
en las aberturas
del sótano, mientras
uno de ellos
realizaba un verdadero
movimiento de siembra
sacando la mano
de un saco
colgado del hombro. Abrieron con fractura la puerta del sótano y
esparcieron cal viva por allí y en
todas las construcciones auxiliares.
Al volver a
cruzar el césped,
se iluminó una
ventana que estaba
oscura y la
señorita Emily apareció
en ella, sentada,
con la luz
detrás, y su torso erguido, inmóvil, como el de un ídolo.
Ellos se deslizaron en silencio a través
de la hierba
hasta la sombra
de las acacias
que bordeaban la
calle al cabo
de una semana o dos desapareció
el olor. Entonces fue cuando la gente empezó a lamentarse realmente por ella.
La gente de nuestro pueblo,
recordando cómo la
vieja Wyatt, su
tía abuela se
había vuelto completamente loca al final, creía que los
Grierson se consideraban un poco por encima de lo que eran realmente. Ninguno
de los jóvenes era bastante para la señorita Emily y su gente.
Habíamos pensado en
ellos desde hacía
mucho igual que
en un cuadro,
la señorita Emily
como esbelta figura
en blanco al
fondo, su padre,
como silueta despatarrada
en primer plano,
de espaldas a
ella y agarrando
un látigo, los
dos enmarcados por
la puerta delantera
bien abierta hacia
atrás. Así que
cuando ella cumplió
los treinta años
y siguió sola,
no nos gustó
exactamente, pero nos
sentimos vindicados; aún con
locura en la familia no habría rechazado todas sus oportunidades si se hubieran
concretado realmente. Cuando murió su padre, se dijo por ahí que lo único que
le dejaba era la casa; en cierto
modo, la gente
se alegró. Al
fin podrían compadecer
a la señorita
Emily. Al quedarse sola
y pobre se
había humanizado. Ahora
ella también conocería
la vieja emoción y la vieja desesperación de un
penique más o menos. El día después de su muerte las señoras se dispusieron a
visitar la casa y ofrecer sus condolencias y su ayuda, según nuestra costumbre.
La señorita Emily las recibió en la
puerta, vestida como
de costumbre y
sin rastro de
dolor en la
cara. Les dijo
que su padre no había muerto. Lo hizo así durante
tres días, con los clérigos que la visitaron y con los
médicos que la
trataron de persuadir
de que les
dejara ocuparse del
cadáver. Cuando estaban a punto
de recurrir a la ley y a la fuerza, ella se derrumbó, y enterraron rápidamente
a su padre. No decimos que
estuviera loca entonces.
Creíamos que tenía
que hacer eso.
Recordábamos a todos
los jóvenes que
su padre había
ahuyentado, y sabíamos
que, no habiéndole
quedado nada, se
tendría que aferrar
a aquello mismo
que la había
despojado, como hace siempre la gente. III Estuvo enferma mucho tiempo.
Cuando la vimos otra vez, se había cortado el pelo bien corto, haciéndola
parecer una niña,
con una vaga
semejanza a los
ángeles de las
ventanas coloreadas de las iglesias
- algo así como trágica y serena. El pueblo había contratado la
pavimentación de las aceras, y el verano después de la muerte de su padre
empezaron las obras. La compañía de obras llegó con negros y mulas
y maquinaria, y
un capataz llamado
HomerBarron, un yanqui
– un hombre
grande, oscuro, bien dispuesto, con una gran voz y los ojos más claros
que la cara. Los
niños le seguían en grupos para oírle insultar a los negros,
y oír cantar a los negros a compás
del subir y
bajar los picos.
Muy pronto conoció
a todo el
mundo del pueblo.
Siempre que se oía mucha risa en cualquier sitio de la plaza,
HomerBarron estaba en el centro del grupo. Al fin empezamos a verle con la
señorita Emily los domingos por la tarde guiando el cochecillo de ruedas
amarillas y la pareja de bayos de la caballeriza de alquiler. Al principio nos
alegramos de que la señorita Emily se interesara por alguien, por que todas las
señoritas decían que ni siquiera el dolor podía hacer que una verdadera
dama olvidara el
noblesseoblige - sin
llamarlo noblesseroblige. Decían
sólo: “Pobre Emily. Deberían venir a verla sus parientes”.
Tenía algunos parientes en Alabama, pero hacía años su padre había reñido con
ellos por la herencia de la vieja Wyatt,
la loca, y no había comunicación entre las dos familias. Ni siquiera habían
estado representados en el entierro. Y
tan pronto como dijeron los
viejos “pobre Emily”,
empezó el cuchicheo.
“¿Suponéis que de veras es así?”, se decían unos a otros. “Claro que si.
Qué otra cosa podría...” Eso, con la mano ante la boca: con un frufrú de seda y
de raso al estirar el cuello detrás de celosías cerradas contra el sol del
domingo por la tarde mientras pasaba leve y rápido el clop – clop – clop de la
pareja de caballos: “ Pobre Emily”. Ella llevaba la frente bien alta –aún
cuando creíamos que había caído. Era como si
exigiera más que
nunca el reconocimiento de
su dignidad como
la última Grierson;
como si hubiera necesitado ese toque de terrenalidad para reafirmar su
imperturbalidad. Igual que cuando
compró el veneno
de ratas, el
arsénico. Eso fue
un año después
de que empezaran
a decir “Pobre
Emily” y mientras
estaban con ella
sus dos primas
pasando una temporada. ---Quiero un veneno –dijo al boticario. Tenía más
de treinta años entonces, todavía una mujer leve, más delgada que de costumbre,
con fríos y altaneros ojos en una cara cuya carne estaba tensa en las sienes y
en las cuencas de los ojos como uno se imagina que debe ser la cara de un
farero. ---Quiero un veneno – dijo. ---Sí señorita Emily. ¿De qué clase? ¿Para
ratas y cosas así? Yo recomen... ---Quiero el mejor que tenga. No me importa de
qué clase. El boticario nombró varios. ---Esos matan cualquier cosa, hasta un
elefante. Pero lo que usted necesita es... ---Arsénico – dijo la señorita
Emily- ¿Es bueno eso? ---Que si es... ¿el arsénico? Sí, señora. Pero lo que
usted necesita...
---Quiero arsénico. El farmacéutico la miro de arriba abajo.
Ella le devolvió la mirada, erguida, con la cara como una bandera tensa.
---Bueno, claro –dijo el boticario-. Si eso es lo que usted quiere. Pero la ley
requiere que diga para qué lo va a usar. La
señorita Emily no
hizo más que
quedársele mirando, con
la cabeza echada
hacia atrás para mirarle a los ojos, hasta que él apartó la mirada y
trajo el arsénico y lo envolvió. El paquete se lo dio el muchacho negro de los
repartos: el boticario no volvió a aparecer.
Cuando ella abrió
el paquete en
casa, estaba escrito
en la caja,
bajo la calavera y los huesos: “Para ratas”. IV
Así que
al día siguiente
todos dijimos: “Se
va a matar”;
y dijimos que
sería lo mejor.
Cuando se la
había empezado a
ver con HomerBarron,
dijimos: “Se casará
con él”. Luego dijimos: “Todavía lo convencerá”,
porque el mismo Homer había hecho notar – le gustaba ir con hombres, y se sabía
que bebía con los jóvenes de Elks’ Club- que él no era hombre
de casarse. Luego
dijimos: “Pobre Emily”
detrás de las
celosías, cuando pasaban el
domingo por la
tarde en el
reluciente cochecillo, la
señorita Emily con
la cabeza bien
alta y HomerBarron
con el sombrero
echado atrás, un
cigarro entre los
dientes y las riendas y el látigo en un guante amarillo. Entonces algunas señoras empezaron
a decir que
era una deshonra
para el pueblo y un mal ejemplo para los jóvenes. Los
hombres no querían interferir, pero por fin las señoras obligaron a un ministro
bautista – en la familia de la señorita Emily eran episcopalianos- a visitarla.
El nunca quiso divulgar lo ocurrido en esa entrevista, pero se negó a volver.
Al domingo siguiente volvieron a pasar en el cochecillo por las calles, y al
día siguiente la
esposa del ministro
escribió a los
parientes de la
señorita Emily en
Alabama. Así que volvió
a tener bajo
su techo parentela
de su sangre
y nosotros nos
arrellanamos para observar
la marcha de
los acontecimientos. Al
principio no pasó
nada. Luego nos
sentimos seguros de que se
iban a casar.
Supimos que la
señorita Emily había ido al
joyero a encargar un conjunto de aseo para caballero, de plata, con las letras
H. B. en
cada pieza. Dos
días después supimos
que había comprado
un conjunto completo
de ropa de
hombre, incluyendo un
camisón, y dijimos:
“Están casados”. Nos
alegramos de veras.
Nos alegramos porque
las dos primas
eran aún más Grierson de lo que lo había sido nunca la
señorita Emily.
Así que no
nos sorprendió cuando
HomerBarron –las calles
ya estaban acabadas
hacía tiempo –
desapareció. Nos decepcionó
un poco que
no hubiera una
revelación pública, pero
creímos que se
había ido a
preparar para la
llegada de la
señorita Emily, o para darle una oportunidad de quitarse de encima a las
primas. (Para entonces, ya había
una conspiración secreta
y todos éramos
aliados de la
señorita Emily, ayudándola a
dejar burladas a las primas.) Por supuesto, al cabo de otra semana se marcharon.
Y, como habíamos
esperado todo ese
tiempo, al cabo
de tres días
HomerBarron volvía al pueblo. Un vecino vio que el negro le dejaba
entrar por la puerta de la cocina después de oscurecer. Y eso
fue lo último
que vimos de
HomerBarron. Y de
la señorita Emily
durante algún tiempo.
El negro entraba
y salía con
la bolsa de
la compra, pero
la puerta de
delante permanecía cerrada.
De vez en
cuando la veíamos
en una ventana
un momento, como los hombres
aquella noche cuando esparcieron cal viva, pero durante casi seis
meses no apareció
en la calle.
Luego supimos que
eso también era
de esperar; como
si esa cualidad
de su padre,
que había echado a
perder su vida
de mujer tantas veces, fuera
demasiado virulenta y furiosa para morir. Cuando volvimos a ver a la señorita
Emily, había engordado y el pelo se le volvía gris. Durante
los siguientes años
se le puso
cada vez más
gris, hasta que
al dejar de
cambiar, alcanzó un gris hierro de mezclilla. Hasta el día de su muerte
a los setenta y cuatro años, siguió teniendo ese vigoroso gris hierro, como el
pelo de un hombre activo. Desde
entonces, la puerta
de delante permaneció
cerrada, salvo durante
un periodo de seis o siete años,
cuando tenía unos cuarenta años, en que dio lecciones de pintar porcelana.
Arregló un estudio en uno de los cuartos de abajo, adonde se envió a las hijas
y nietas de
las coetáneas del
coronel Sartoris con
la misma regularidad
y el mismo
espíritu con que
se les mandaba
a la iglesia
el domingo con
una moneda de
veinticinco centavos para
la bandeja de
la colecta. Mientras
tanto, se la
había dispensado de impuestos.
Entonces la nueva
generación se convirtió
en la columna
vertebral y el
espíritu del pueblo,
y las alumnas
de las clases
de pintura crecieron
y desaparecieron de en medio
y ya no
le mandaron a
sus hijas con
cajas de colores
y aburridos pinceles
y recortes de las revistas de
señoras. La puerta de delante se cerró tras la última y quedó cerrada para
siempre. Cuando el pueblo obtuvo reparto postal gratuito, la señorita Emily
se negó
a dejarles fijar
los números de
metal sobre la
puerta y ponerle
un buzón. No
quiso ni escucharles. Cada
día, cada mes,
cada año observábamos
al negro ponerse
canoso y encorvado,
entrando y saliendo
con la bolsa
de la compra.
Cada diciembre, le
enviábamos un aviso
de impuestos, que
la oficina de
correos devolvía una
semana después, sin
ser recogido. DE
vez en cuando
la veíamos en
una de las
ventanas de abajo – evidentemente había cerrado el piso
de arriba de la casa- como el torso tallado de un ídolo en un nicho, mirándonos
o no mirándonos, sin que supiéramos nunca qué. Así pasó
de generación en
generación – querida,
ineludible, impertérrita, tranquila
y perversa.
Y así murió. Cayó enferma en la casa llena de polvo y sombra,
con sólo un negro chocheante para cuidarla.
No supimos siquiera
que estaba enferma;
habíamos renunciado hacía mucho
a intentar obtener información por el negro. El no hablaba con nadie, probablemente
ni siquiera con
ella, pues la
voz se le
había vuelto áspera
y oxidada, como por el desuso. V
El negro recibió a las primeras señoras en la puerta de delante y las hizo
entrar, con sus voces silbantes y
en sordina y
sus rápidas ojeadas
curiosas, y luego
desapareció. Se marchó derecho a través de la casa y salió
por atrás y no se le volvió a ver. Las
dos primas vinieron
enseguida. Hicieron el
entierro el segundo
día, con el
pueblo viniendo a mirar a la señorita Emily bajo una masa de flores
compradas, con la cara de su
padre dibujada a
lápiz cavilando profundamente
sobre el ataúd,
y las señoras sibilantes y macabras; y los hombres
muy viejos – algunos con sus cepillados uniformes de
la confederación- en
el porche y
en el césped,
hablando de la
señorita Emily como
si hubiera sido
coetánea de ellos,
creyendo que habían
bailado con ella
y quizá le
habían hecho la
corte, confundiendo el
tiempo con la
progresión matemática, como
hacen los viejos,
para quienes el
pasado no es
un camino que
disminuye sino, por el contrario, una ancha pradera no tocada
jamás por ningún invierno, separada de ellos ahora por el estrecho cuello de
botella de la más reciente década de años. Ya
sabíamos que había
un cuarto en
aquella región escaleras
arriba que nadie
había visto en cuarenta años, y que habría que forzar. Esperaron hasta
que la señorita Emily estuviera decentemente en tierra para abrirlo. La violencia
del derrumbamiento de
la puerta pareció
llenar ese cuarto
con un polvo
invasor. Una delgada
capa de acre
como de la
tumba, parecía cubrirlo
todo en ese cuarto decorado como para una boda: las
cortinas de encaje, de desteñido rosa, las luces con pantallas rosa, la mesa
del tocador, la delicada batería de cristal y de objetos de aseo
de hombre, con
revestimiento de manchada
plata, tan manchada
que el monograma
quedaba oscurecido. Entre
ellos había un
cuello y una
corbata, como recién quitados, y que, al levantarse,
dejaron en la superficie una pálida luna de polvo. En una silla colgaba el
traje, cuidadosamente doblado; bajo él los dos zapatos mudos y los calcetines
dejados caer. El hombre mismo estaba tendido en la cama. Durante un rato nos
quedamos allí, simplemente, mirando la profunda sonrisa sin carne. El
cuerpo al parecer
había yacido en
otro tiempo en
la postura de
un abrazo, pero
ahora el largo
sueño que dura
más que el
amor, que vence
incluso la mueca
del amor, le había puesto los
cuernos.
Lo que quedaba de él, podrido bajo lo que quedaba del
camisón, se había vuelto inseparable de la cama en que yacía; y sobre él y
sobre la almohada de al lado de él se extendía ese liso revestimiento del
paciente polvo en espera. Entonces
nos dimos cuenta
de que en
la segunda almohada
había el hueco
de una cabeza.
Uno de nosotros
levantó algo de
ella, y al
inclinarnos adelante, sintiendo
en las narices, seco y acre, ese sutil e invisible polvo, vimos un largo
mechón de pelo gris hierro.
Ejemplo del caligrama
Presenta un título y
datos del estudiante…………. 3
Se comprende el texto
………..2
Hay relación entre
texto e imagen……2
Hay secuencia temporal
en el caligrama………….2
Utiliza los aspectos
formales de la escritura …….2
Cumple con el objetivo
de la realización del caligrama………3
Ortografía y
redacción::::::::::::::::::4
Hola profe el caligrama es sobre toda la novela o sobre el analisis
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